La situación laboral actual es más incierta y compleja que nunca. Hemos tenido que vivir un confinamiento que ha cambiado los hábitos laborales como jamás se había visto. Los que han sido emprendedores recientemente han padecido cómo su ilusión y su negocio se han caído al unísono. El personal laboral fijo de las compañías internacionales ha sufrido en sus propias carnes cómo ningún empleo es eterno realmente. Los ERTES han sido una solución momentánea y moderada sin tener muy claro el futuro que les espera a los que están inmersos en ellos.
En todo ese contexto, el mercado inmobiliario no se lo está poniendo fácil a los jóvenes que están comenzando su etapa laboral, ni a los que ya la tienen un tanto consolidada debido a los prohibitivos precios del alquiler y la falta de ahorros e ingresos para hacer frente a una hipoteca. La banca, todo hay que decirlo, tampoco se lo está poniendo demasiado accesible.
Los jóvenes no encuentran más que inconvenientes a la hora de acceder a una vivienda, tanto por el camino de la compra como por el camino del alquiler. Parece como si el mercado inmobiliario se desentendiese de ellos: por el lado del alquiler, se están encontrando con unos precios poco asequibles que los hace alejarse de ese mercado, sobre todo en el centro de las ciudades. Por el lado de la compra, todavía está más complicado: los salarios son bajos, no disponen de ahorros y los bancos bajo esas mimbres no están dispuestos a asumir los riesgos de impago de antaño.
La demanda del alquiler en ciudades como Madrid, Barcelona y otras grandes ciudades de España está cojeando debido, principalmente, al aumento desproporcionado de los precios que, en algunos casos, superan el 50%. Los jóvenes entre 18 y 30 años se han quedado fuera totalmente de este mercado. Sin embargo, los de la siguiente etapa financiera, los comprendidos entre las edades de 31 y 45 años, se han decantado por la compra al tener una situación económica un poco mejor, aunque necesiten ayuda familiar para la financiación. También la visión que tenían tan positiva por el alquiler se está transformando para inclinarse hacia la compra. No nos olvidemos que los ciclos económicos están ahí y la vivienda es uno de sus principales activos. Para los que estén bien posicionados laboralmente, la recesión económica se pone de su parte, sobre todo en el mercado de la segunda vivienda.
La concesión de un préstamo hipotecario, en cambio, está sujeta a una serie de condiciones más o menos idénticas en todas las entidades. La primera condición pasa por tener unos ahorros equivalentes al 30% (10% para gastos y 20% para el pago inicial de la vivienda) del precio de la vivienda debido a que la banca se limita a cubrir únicamente hasta el 80% del valor de compraventa. Los ingresos recurrentes es otra de las condiciones sin la cual no hay préstamo. Si la nómina individual no es suficiente, habrá que pedir la hipoteca conjunta con otro titular o tirar de los siempre efectivos avales o garantes. Nada que decir sobre que el trabajo sea estable y con cierta antigüedad, así como un historial crediticio totalmente limpio.
El esfuerzo salarial que tiene que hacer un ciudadano medio para comprar una vivienda ronda los 7,5 años de salario íntegro. En el caso de los jóvenes, que apenas sobrepasan el SMI (Salario Mínimo Interprofesional), se eleva a 14 años, siendo misión imposible si no se dispone de unos sólidos ahorros iniciales. Ese panorama de cifras hace que los jóvenes se queden fuera del mercado y muy cerca de la incompatibilidad con el acceso a una vivienda.
En definitiva, el alquiler sigue siendo la fórmula más elegida para esos jóvenes que quieren independizarse y para aquellos que aún no tienen establecido definitivamente su lugar de residencia. La flexibilidad que da el alquiler es lo que más valoran, sobre todo en los inicios laborales que no se tiene muy clara la estabilidad zonal ni si esa es la mejor oferta de trabajo. Aun así, esta solución pasa por la temporalidad para, en un futuro, ser propietarios de su propia vivienda.